Ese lunes, al igual que todos los lunes, el despertador de Jeremías sonó a las seis y media de la mañana. Su vida era bastante rutinaria, él era una persona bastante estructurada, hasta el punto de que muchas veces sentía que su vida era bastante aburrida y monótona; pero ese día hubo una diferencia.
Se despertó sobresaltado, ansioso, y decidió no ir a la oficina.
Sus ojos se fijaron en el techo de su pequeño pero minuciosamente ordenado departamento, y no podía quitar de su mente lo que había soñado durante al noche.
En su sueño había una mujer que lo impacto sobrenaturalmente, sentada entre arbustos y flores. Creía haber estado en ese lugar anteriormente, hasta el punto de que con solo ver esas flores en el paisaje de su sueño, podía oler su perfume.
Decidió levantarse, tomar solo lo indispensable y salir en busca de esa mujer que logró romper con sus estructuras.
Subió a su pequeño y viejo auto destartalado, y emprendió viaje sin saber específicamente hacia donde se dirigía. Lo único que tenía en claro era que iba a encontrar a esa mujer fuera como fuera.
Las pistas que tenía para llegar a destino no eran muchas y no lo ayudaban demasiado, ya que existían una cantidad innumerable de lugares con las mismas características que el paisaje de su sueño; pero igualmente eso no lo detuvo y recorrió todos los parques de su ciudad, pero solo veía nenes corriendo o personas paseando sus perros; Jeremías veía a toda esa gente sonriente disfrutando del paisaje, y sintió un poco de envidia, pero no podía sonreír como el resto de la gente, se sentía solo y vació. Continuó su camino, pero en ningún parque vislumbraba el paisaje soñado, ni veía a esa mujer que sentía cada vez más lejana e inalcanzable.
Desganado luego de recorrer el último parque inútilmente, volvió a su auto, y se dejó caer sobre el volante suspirando desilusión. Giró la llave pero su auto no arrancó, pero ni siquiera tenía ánimo para enojarse. Se bajó, cerró la puerta suavemente y decidió renunciar a su viaje.
Caminó cabizbajo arrastrando los pies durante varias horas, y llegó a su casa acompañado únicamente por los últimos rayos de sol.
Estaba tan cansado que sólo se quitó los zapatos y se dejó caer vestido sobre la cama, cerró los ojos, y antes de poder pensar en nada se quedó profundamente dormido.
A la mañana siguiente se despertó más tranquilo, había vuelto a soñar con esa mujer, pero esta ves el estaba a su lado abrazándola fuertemente y sonriendo feliz como todo el resto de la gente del parque. Ese sueño se repitió durante años noche tras noche.
Comprendió que nunca podría alcanzarla, pero a partir de ese día decidió que debía cambiar algunas cosas. Ya no tenía una vida rutinaria, comenzó a ir caminando a su trabajo, y a la vuelta pasaba por el parque y se recostaba en el pasto a dormir una pequeña siesta en la que soñaba con esa mujer que nunca pudo tener en sus brazos, pero sí en cada uno de sus sueños.